El cine chileno contemporáneo posee diversos relatos que conectan con ciertos imaginarios de la religiosidad, como aspecto fundamental de la trama (“El bosque de Karadima, “La pasión de Michelangelo”) o bien como un aspecto contextual y/o simbólico, incluso, a veces intangible (“El Cristo ciego”). 

La directora chilena Marialy Rivas ha incursionado en esta temática en sus dos obras filmadas: “Joven y alocada” (2012), película que habla sobre la exploración sexual de Daniela, adolescente perteneciente a la comunidad evangélica, y “Princesita” (2017), filme sobre el culto de una secta en el sur de Chile. 

“Princesita” cuenta la historia de Tamara, pequeña de 12 años que sufre la violencia sistemática de Miguel (Marcelo Alonso), líder de la secta, de unos 50 años, quien busca procrear a su sucesor con la niña, marcando su destino. Estructurada desde el punto de vista de Tamara, la película nos adentra en las dinámicas de esta agrupación a través de la inocencia truncada de la protagonista.

Con un inicio similar a la estética de un cuento de hadas, vemos la visión idealizada de Tamara respecto de su realidad, como el resultado del discurso maquinado que Miguel y otras/os miembros de la secta. Para esto, Rivas toma algunas decisiones técnico creativas, por ejemplo, el uso prolongado de la cámara lenta, imágenes exteriores en colores relucientes y sobrexpuestos, y de una sonoridad que hace eco de hasta el más mínimo detalle de las locaciones y espacios de la protagonista.

A medida que se van descubriendo los planes de Miguel con Tamara, la cinta devela su profunda oscuridad y fractura en relación a una niñez invisibilizada y supeditada a la manipulación ejercida por el personaje de Alonso. “Princesita” explora el progresivo despertar de Tamara a su realidad, cómo su visión idílica va perdiendo fuerza, cómo va reflexionando sobre el laberinto sin salida que Miguel le ha impuesto toda su vida. 

Cada uno de los momentos relevantes son reforzados por la voz en off de Tamara, que Rivas sobreexplota en poesía, adultez y condescendencia.  Esta decisión –entre otras-  puede causar cierta distancia del espectador con un guion a veces visceral y descarnado, en pos de maximizar una puesta en escena que apunta hacia lo sensorial y atmosférico.

Y es allí donde la cineasta pareciera dirigir gran parte de sus motivaciones con “Princesita”. La película trabaja un lenguaje audiovisual depurado, que invita al espectador a entrar en la subjetividad vulnerada de la joven protagonista, haciendo que muchas veces tome posesión completa del relato.

Bien vale preguntarse si es pertinente la experimentación excesiva para enfrentar estos relatos. Marialy Rivas, sin duda, logra incomodar al posicionar este relato desde los ojos de Tamara. Sin embargo, temáticas como la infancia quedan soslayadas en función de un relato coherente. Se echan de menos formas que permitan cuestionamientos y espacios desde lo discursivo.

“Princesita” es una obra que explota y remece a través la forma, con momentos que impactan por la determinación en el uso del lenguaje audiovisual con que Rivas muestra lo subjetivo. Un retrato del abuso que estremece, una ventana a la mirada de la víctima que acerca al espectador las secuelas del abuso y la violencia. Películas así se tornan necesarias, aunque invitan a cuestionar las posibilidades del cine para plantear historias que no quisiéramos queden tan solo en la búsqueda y experimentación, sino que lleguen a una reflexión que profundice el debate en nuestra cultura y territorio.

Puedes ver "PRINCESITA" de manera online y gratuita en el siguiente link:

https://ondamedia.cl/#/player/princesita

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