El cine, como ejercicio de memoria personal, es algo muy arraigado en el proceso creativo. Muchas son las cintas que, de alguna forma, representan pulsiones de la infancia o juventud de sus realizadores. Casos recientes muy exitosos y emblemáticos han sido, por ejemplo, “Roma” (2018), de Alfonso Cuarón o “Dolor y gloria” (2019), de Pedro Almodóvar, largometrajes muy disímiles en su propuesta estética, pero que tienen en común la narración desde un recuerdo íntimo.
Esta es una propuesta constante en el panorama fílmico chileno contemporáneo. No son extraños los realizadores actuales que proyectan sus historias desde su pasado personal. Un caso es “Mala junta” (2017), de Claudia Huaquimilla; “Rara” (2017), de Pepa San Martín; o “Genoveva” (2013), dirigida por Paola Castillo. Pero, sin duda, la directora Dominga Sotomayor lo hace parte esencial de su autoría cinematográfica.
Sotomayor, cineasta santiaguina de 33 años, tiene en su corta filmografía temas diversos mirados desde su pasado: la nostalgia, los veranos, la inocencia y la madurez son algunos, que se evidencian en “De jueves a domingo” (2012) o “Tarde para morir joven” (2019). En ambas, también como en su mediometraje “Mar” (2015), son el retrato de relaciones fisuradas entre los personajes, principal búsqueda de la realizadora.
“Tarde para morir joven” es el relato coral de Sofía (16), Lucas (16) y Clara (10), tres pre-adolecentes que se enfrentan sus primeros miedos e ilusiones en el verano de 1990; comparten su día a día dentro de una comunidad en la periferia de Santiago, buscando escapar del ajetreo citadino. De allí se deriva a distintos temas, que se develan a medida que la obra se desarrolla.
Dominga ha declarado muchas veces que la idea de esta película es retratar el proceso de transición a la democracia en Chile, elemento que finalmente no aparece directamente en el relato, pero que le permitió explorar sus vivencias de infancia en aquella época, dentro de la Comunidad Ecológica de Peñalolén. Diversos elementos que conforman sus recuerdos en aquel lugar emergen en “Tarde para morir joven”, de la misma manera que los visualiza: dispersos, nostálgicos y, por sobre todo, libres.
La transición el concepto clave para explorar el devenir de los protagonistas en la obra. Sotomayor dirige la cámara a capturar las transformaciones, esperanzas y desilusiones que surgen en la adolescencia. Conforma sus espacios físicos disponiendo de los elementos artificiosos y naturales como el reflejo cotidiano donde conviven las relaciones, los contrastes, el amor, la amistad y la familia; todo esto, dentro de un universo concreto y aislado, en un país que en paralelo forjaba grandes historias.
A través de la dirección de fotografía de Inti Briones, la cámara -preponderantemente fija- captura momentos que parecieran no ser necesariamente importantes, pero que interesan por graficar aquellas impresiones de la realidad que la directora retrotrae desde un lugar que asume como propio. También, se evidencia una dirección de arte (a cargo de Estefanía Larraín) que busca no encapsular la película en una época determinada. Son pocos los elementos que nos hacer recordar que el film se sitúa en los años ’90, lo que hace pensar que Sotomayor busca acentuar preferentemente en su cine una temporalidad y espacialidad más difusa.
“Tarde para morir joven”, en definitiva, es la consagración de una mirada autoral que resalta los espacios contrapuestos y recuerdos difusos que no subyacen a una estructura definida. Más bien, su interés está en la representación de lo cotidiano y la emoción del íntimo universo de su memoria.
Puedes ver TARDE PARA MORIR JOVEN de manera online y gratuita en el siguiente link:
https://ondamedia.cl/#/player/tarde-para-morir-joven-1
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