Es recurrente ver en el cine propuestas que combinan sus dos lenguajes más difundidos: la ficción y el documental. Ambas formas de abordar los relatos parecieran, en primera instancia, situarse en extremos contrarios en el cine, sin embargo, con el desarrollo del arte audiovisual y su evolución en la historia, varios han sido las y los realizadores que han realizado en sus filmes esta mixtura de formatos.
Esta difusa frontera –en la que se suele categorizar al documental como una imagen fidedigna de la realidad, mientras que la ficción se percibe como una recreación o representación de ella– ha sido cuestionada y, en mayor o menor medida, derribada. Se encuentran corrientes estilísticas como el cine soviético de los años veinte; el Neorrealismo Italiano o el Nuevo Cine Latinoamericano, que posicionaban sus historias en espacios sociales mínimamente intervenidos y utilizando, por ejemplo, a los mismos habitantes como intérpretes o extras, además de locaciones reales.
Chile no estuvo exento de este proceso de exploración y adaptación en el uso del lenguaje cinematográfico. Al ya mencionado Nuevo Cine Latinoamericano, en que destacan producciones como El Chacal de Nahueltoro (1970) o Tres Tristes Tigres (1968), desde la década de dos mil en adelante se suman relatos que no hacen distinción entre documental y ficción. Encontramos películas como El cielo, la tierra y la lluvia (2008); El viento sabe que vuelvo a casa (2016); Naomi Campbel (2013); Mala junta (2015) o El Pejesapo (2007), entre otras.
En esta búsqueda surge Perro Bomba (2019), largometraje dirigido por Juan Cáceres, que narra la historia de Steevens (Steevens Benjamin), migrante haitiano que lleva algunos años radicado en Chile y enfrentando a diario la discriminación y el racismo. A esto se suma un mediatizado altercado con su jefe (Alfredo Castro) tras defender a su primo recién llegado desde Haití. Situación que lo lleva a ser cuestionado por su propia comunidad y quedar a la deriva en las calles de Santiago.
El filme, bajo una dinámica narrativa episódica, explora los distintos niveles del racismo y la xenofobia en Chile, y para lograrlo, Cáceres evita la artificialidad audiovisual, explorando un lenguaje ligado a la estética documental. Sin duda, este es un factor llamativo, aunque poco novedoso. Aun así, Perro Bomba es elocuente en demostrar durante todo su metraje lo acertada y necesaria de esta decisión. Y es que la estética que predomina en la obra –que remite de manera directa al documental chileno contemporáneo– muestra de forma cruda y realista la marginación, discriminación e invisibilización de la comunidad migrante racializada en el país, prescindiendo de relatos paralelos y en que la figura del Estado se encuentra casi ausente.
Destaca también la estructura del guion, con reminiscencias a las formas del escrito documental, marcando una lejanía con las ficciones tradicionales. Este formato se suele organizar como escaleta, es decir, el guion presenta la descripción de distintas secuencias que son el hilo conductor del relato, sin recurrir en demasía a diálogos preconcebidos o acotaciones literales para las y los actores (como suele ocurrir en la ficción con los guiones literarios).
Algo de espontaneidad se percibe en cada escena, además, el recorrido de Steevens una vez relegado de su comunidad, rehúye de la presentación de un conflicto central clásico que lo movilice. Más bien, manifiesta las problemáticas de las y los migrantes producto de la marginación que, en varios niveles, sufre el protagonista. A esto se suman testimonios de los personajes secundarios, conformando un discurso que, sin ser literal, es bastante claro y directo.
Las herramientas del lenguaje audiovisual funcionan en sincronía con el formato híbrido que propone Cáceres, sobre todo en el departamento de fotografía, a cargo de Valeria Fuentes, que grafica la inestabilidad de buena parte de los migrantes en Chile. La cámara permite observar y, a la vez, ser partícipes de las injusticias que debe soportar Steevens, en una ambivalente intimidad alrededor suyo que nos ayuda a empatizar, sin necesidad de acciones o diálogos literales.
Asimismo, resalta el montaje utilizado, ya que otorga cierto dinamismo a la cinta, especialmente, en momentos en que se intercalan escenas con músicos migrantes actuando frente a cámara, encuadrándolos en un plano fijo que rompe la continuidad del relato. El trabajo hecho por este departamento –bajo la dirección de Andrea Chignoli y Diego Figueroa– transmite una sensación de inseguridad y desconcierto, a través de distintos recursos. Destacan, entre ellos, los jumpcuts, es decir, cortes directos e inesperados sobre el plano cinematográfico; o los saltos de eje o rupturas en la espacialidad lógica y natural de una escena, a través de la unión de planos con angulaciones sin concordancia entre sí.
Perro Bomba se sitúa, por su temática y propuesta estética, como un largometraje necesario en el contexto actual. Su estreno, realizado a pocos días del 18 O, habla del desamparo y precariedad de miles de migrantes que residen en Chile. Es explícita, además, en representar la xenofobia y el racismo en contra de la comunidad haitiana en nuestro país. Desde una mirada transparente y realista, el director elude cualquier estereotipo encontrable en otros medios o plataformas, invitando a reflexionar junto a Steevens y su travesía en Chile.
Puedes ver "PERRO BOMBA" de manera online y gratuita en el siguiente link:
https://ondamedia.cl/#/player/perro-bomba-2
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