Variados realizadores chilenos contemporáneos han mostrado su interés y compromiso por retratar el conflicto chileno-mapuche, desde representaciones realistas que desnudan la violencia estatal y privada hacia el pueblo mapuche (Mala Junta, de Claudia Huaquimilla), hasta la reflexión de la identidad y la memoria hacia las raíces étnicas desde la intimidad (Genoveva, de Paola Castillo), hay una motivación por denunciar y poner en diálogo esta problemática.
El Verano de los Peces Voladores (2013), cinta dirigida por Marcela Said, propone una mirada observacional y reflexiva sobre las tensiones entre la indolencia de los latifundistas y el derecho sobre sus tierras de los mapuche. Ambientada en una zona rural del sur de Chile, la obra centra el relato en las vacaciones de una acomodada familia cuyo patriarca es Francisco (Gregory Cohen), quien administra sin escrúpulos las tierras que trabaja. Manena (Francisca Walker), hija adolescente de esta familia, cuestiona la actitud de su padre frente al manejo de la situación y los efectos que tiene sobre los mapuche que habitan el sector.
El filme es la primera incursión en la ficción de la directora, con una mirada contemplativa sobre la pugna existente entre dos mundos y las contradicciones en que se ven los personajes. Así, la propuesta presenta códigos que remiten al cine documental, donde no existen pretensiones de retratar una historia con conflictos dramáticos claros, sino realizar un ejercicio exploratorio de las distintas pulsiones de un enfrentamiento permanente entre dos realidades.
En esta línea, hay varios elementos del cine de Said que se aparecen en El verano de los peces voladores. El punto de vista de la cámara es uno de ellos, situada desde la lejanía siempre y evitando los juicios de valor. Más bien, permite ir descubriendo lentamente la complejidad del conflicto desde la observación de la relación entre el ser humano y la naturaleza, abriendo al espectador un espacio de constante inestabilidad.
Said aborda la confrontación desde la belleza del frío paisaje, volviéndose esencial en el relato, aunque de un preciosismo que puede resultar exagerado y no resolutivo: una mirada desde la comodidad de una familia adinerada que ejerce permanente violencia en el territorio. Así, las postales del director de fotografía, Inti Briones, se contrastan con la cosificación, a veces ridícula, e intransigente que Francisco de otros momentos.
Pese a los intentos, la lejanía en torno a la cosmovisión del pueblo originario es, a veces, incómoda, lo que genera cierta indiferencia y ausencia de una mirada crítica del conflicto. El retrato deliberadamente unidireccional que presenta Said, termina siendo nebuloso -al igual que el paisaje- y carece de intensidad dramática y muestra frialdad frente al tema.
En El verano de los peces voladores hay una preocupación elocuente por el conflicto chileno-mapuche. Said opta por filmar la belleza del entorno y los excesos de quienes violentan permanentemente el territorio, por observar las dinámicas de una contraposición entre estos universos, evidenciando, al igual que en la historia, una pugna entre forma y discurso.
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